Publicado por inconformista
Hoy recomendamos la lectura del artículo de Isaac Rosa Prepárate para odiar a los estibadores, publicado el pasado 9 de febrero en eldiario.es (http://www.eldiario.es/zonacritica/estibadores_huelga_puertos_6_610748942.html).
La similitud con lo que ha pasado con otros colectivos profesionales es absolutamente asombrosa. Centrando la atención en el nuestro, el de los controladores aéreos, no podemos dejar pasar la oportunidad de reivindicar nuestros derechos, que no «privilegios», en la actual sociedad española, encarnada por el deporte nacional de la envidia, a su vez alentada y jaleada oportunamente desde las altas esferas políticas y más allá.
Parece ser que los estibadores están en el punto de mira porque nuevamente el gobierno de turno, sin más escrúpulos que llenar los bolsillos agradecidos de los «leales» en lugar de lo que debería ser primordial (dar un servicio público seguro y de calidad), va a proceder a la liberalización de su actividad; en otras palabras, a la privatización de servicios públicos. ¿De qué me suena?
Dice el señor Rosa en su artículo que los estibadores tienen la intención de defender sus derechos acudiendo a la huelga, como haría cualquier colectivo profesional que entendiese que es la única forma de evitar que se conculquen sus derechos. Irónicamente, afirma que en realidad «los privilegiados están dispuestos a chantajearnos para defender sus privilegios«. ¿De qué me vuelve a sonar?
Va más allá explicando, magistralmente, la secuencia que se produce para convertir los derechos adquiridos legalmente en privilegios despreciables e insolidarios en comparación con aquellos que disfrutan otros profesionales. Esta secuencia culmina con una «campaña de desprestigio por tierra, mar y aire«, algo extremadamente simple con el abuso partidista que se hace de los medios de comunicación afines.»No escuchen a los trabajadores, que son capaces de convencernos».
En nuestro debe, haciendo un poco de autocrítica, un ejercicio mental tan recomendable como sano, hemos de decir que nunca tuvimos el sentimiento de empatía con otros colectivos a los que también persiguieron vilmente por los mismos motivos. No supimos o no quisimos participar en la defensa de esos trabajadores y olvidamos que «cada vez que un colectivo «privilegiado» pierde derechos, el efecto mariposa laboral nos acaba golpeando a todos«.
La pérdida de los derechos que los controladores aéreos consiguieron con los años está teniendo efectos devastadores en el colectivo. En una profesión tan especializada y que requiere de una concentración especial para manejar el tráfico aéreo, la merma en el descanso es directamente proporcional a la merma en la seguridad del servicio que prestamos; en cambio, el incremento constante y continuado del tráfico aéreo en los últimos tres años, alcanzando cotas históricas, es inversamente proporcional a la plantilla de controladores aéreos existente. Las conclusiones son más que evidentes: más servicios anuales, menos descansos dentro de los servicios y entre ciclos de trabajo, mayor fatiga y distrés, mayor volumen de tráfico aéreo atendido en peores condiciones psicofísicas, y un largo etcétera.
Estas cuestiones laborales parecen carecer de importancia en un sector estratégico y motor de la recuperación de la economía española. Lo que realmente importa es ofrecer carnaza y diversión al pueblo para tenerlo entretenido y distraído mientras se siguen privatizando y precarizando servicios públicos esenciales que, además y para mayor frustración, son rentables económicamente. Nada nuevo bajo el sol; en la Roma Imperial los emperadores ya se percataron de esto y procuraron tener a la plebe contenta mediante alimentos que saciaran sus estómagos y entretenimientos que saciaran sus deseos en forma de luchas de gladiadores, carreras de cuadrigas o representaciones teatrales. Esto fue suficiente para que nadie osara discutir las decisiones de gobierno. Así sentenció en el siglo II de nuestra era el poeta satírico Decimus Iunius Iuvenalis (Décimo Junio Juvenal): Panem et circenses, pan y circo.
Magnífico análisis. No quiero ser aguafiestas, pero pasados ya seis años de la hecatombe sin haber conseguido siquiera lo más justo y humano, la reincorporación al trabajo del único despedido por cumplir escrupulosamente la Ley y con su deber, sino todo lo contrario, que un tribunal confirme ese despido, yo ya no creo nada más que en Dios pero no en el hombre aunque esté hecho a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, me temo, con inmenso dolor y pena, que este artículo sonará a los poderes como el canto del cisne, o como la predicación de un eremita en el desierto. Lo siento, pero así lo veo yo. Cuando en España, y no es por mezclar churras con merinas, hay personas que vienen cometiendo y reincidiendo en delitos tan graves como la sedición, la traición y la rebelión, la más sangrante prevaricación y la malversación millonaria de fondos públicos para sus fines delictivos, por citar sólo unos pocos, los más graves y por los que deberían llevar en prisión como poco dos o tres años, y «no pasa nada»; cuando algunos de ellos se atreven incluso a amenazarnos a todos con «tirar de la manta», y nadie les desmiente y les cita ante la Justicia, cuando la Constitución y demás leyes se aplican según a quién y en cosas pequeñas como por ejemplo infracciones de tráfico, y para otros, los grandes delincuentes de guante blanco y los que quieren hacer tabla rasa de nuestra nación, esa misma constitución y esas mismas leyes son papel mojado, entonces es que estamos asistiendo a la quiebra y la bancarrota moral del estado de derecho, y aquí ya suena el grito de «sálvese quien pueda». Cuando todo este estado de cosas está provocando, y no digo puede estar provocando, una solución traumática (porque España es eterna, y la inmensa mayoría de los españoles de bien siempre la ha salvado in extremis de perecer). Digo que, en este estado de degradación al que hemos llegado, y hasta se predica el separatismo y el terrorismo, y se hace apología de los mismos nada menos que desde escaños del Congreso, y no se aplica la Ley ni se ilegaliza a quienes así profanan el templo de la democracia y escupen a la cara de todos comenzando por las víctimas y sus deudos, entonces es que ya no queda esperanza de nada. Cuando está en gravísimo riesgo la propia existencia como tal de toda la nación, y ese Congresos es más un circo de payasos sin gracia y una cueva de tahúres siniestros, yo ya no creo en nada salvo en Dios. Ah, al autor del artículo se la pasado mencionar una de las más importantes, o la que más, al enumerar los «entretenimientos» y distracciones que los emperadores romanos proporcionaban a la plebe para que no pensaran en los auténticos problemas ni en la supervivencia del imperio. «Echar a los cristianos a los leones». Y de esa forma, la plebe anestesiada y ebria de sangre, se vió sorprendida por los «Bárbaros del Norte», que hicieron eso, tabla rasa de aquel imperio y de aquella civilización. Como está ocurriendo aquí y ahora, sólo que ya es igual del azimuth que vengan los extranjeros. Lo están teniendo tan fácil, que ni siquiera necesitan armas; España se está suicidando, y antes de que la llenen extraños, ya estaremos todos muertos.
Un fuerte abrazo.
Aunque no nos quede demasiada esperanza -coincido contigo en eso -, no podemos quedarnos de brazos cruzados ante tantas injusticias que se están cebando con nuestro colectivo malintencionadamente. Seguiremos cual eremitas predicando en el desierto. Muchas gracias por tu seguimiento y comentarios, escritos desde el sentimiento y cargados de razonamientos.
Un fuerte abrazo.
De nada, amigos. Puse lo mejor de mí mismo en esta bendita profesión, tanto en el puesto de trabajo como en mi colaboración para la enseñanza en nuestra querida «Escuela de Control», así la llamamos siempre nosotros, con espíritu de servicio y toda la ilusión por el trabajo y por transmitir, legar, a las generaciones de relevo mis modestos conocimientos, pues éstos se pueden complementar poniendo corazón y buen trato humano a los alumnos.
Jamás pude pensar que un día se cometiera tal felonía con la profesión y con vosotros. Siempre me preocupaba más contagiar a los demás de mi amor y entusiasmo por el control, si cabe, que las enseñanzas propiamente dichas. Para adquirir todos los conocimientos y pericia necesarios, había mucho tiempo. Pero para conseguir que «mis niños» se enamoraran de la profesión y sintieran eso, amor por ella y por lo que tendrían que hacer, no teníamos mucho sin lesionar el programa y la consecución de los objetivos docentes. Llevo seis años sintiendo que se me ha agredido personalmente por poderes imposibles de combatir con la Ley, pues ésta la han hecho ellos y para ellos. Es como una bofetada mientras me atan las manos y los pies para que no pueda defenderme; es decir, un acto de cobardes por la rabia de que ellos nunca podrían hacer lo que nosotros. Frustración, impotencia, llanto.
Cuanto más tiempo transcurre, más frustración y rabia siento por no haber podido estar ahí al sorprenderme esto ya jubilado por la edad. En verdad que me habría gustado estar para jugarme la propia vida en la defensa; al fin y al cabo, ellos buscaban un muerto entre los usuarios para criminalizarnos más. Quizá si hubiera habido un mártir entre nosotros, la sociedad y la perrera de los medios de comunicación vendidos al poder, hubieran reaccionado de otra manera en lugar de hacerles coro de tontos útiles, una especie de «Concierto de San Ovidio» interpretado sólo por tontos y locos. Nada o poco se habría perdido con mi sacrificio personal, ya que un viejo sólo sirve para morirse. Y esa muerte habría sido gloriosa, peleando por la razón, la justicia y la dignidad de todo el colectivo al que tuve el privilegio de pertenecer durante cerca de cuarenta años. Fui de los pocos Controladores que tengan un record de habilitaciones en todos los puestos de trabajo existentes, y una tan dilatada experiencia de haber sentido el gozo inenarrable de hacer lo que todos hacemos.
Fuerte abrazo.