Imagina que no tienes conciencia, ninguna en absoluto. Ningún sentimiento de culpa o remordimiento por lo que haces, ninguno en absoluto. Ninguna preocupación por el bienestar de los demás, incluso por tu propia familia y amigos, ninguna en absoluto. Imagina no sentir vergüenza jamás por las acciones que haces, por muy egoístas, perjudiciales e inmorales que sean. Y un fracaso que para otro sería causa de enormes remordimientos, para ti es simplemente un pequeño inconveniente.
E imagina que el sentido de la responsabilidad sea algo ajeno a ti, que se lo exijas a los demás pero nunca a ti mismo.
Y ahora añade que seas capaz de esconder todo esto de los demás a la perfección, que veas que los demás son incapaces de detectar tu comportamiento, porque asumen estúpidamente que la buena fe y la bondad son universales, especialmente en la gente en la que han depositado su confianza.