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    Rehenes. Un Estado contra su pueblo.

    Por C: controlador aéreo.

    Soy defensor de la idea de que la izquierda ha sido y siempre igual en todas partes y en todas las épocas históricas. Lo único que diferencia a unas izquierdas de otras es una cuestión cosmética que depende de las circunstancias y del momento histórico (encuadro también a los liberales en la izquierda). Pero cuando las condiciones son similares vuelven a actuar exactamente igual siempre. Son tiranos que no aceptan la discrepancia y que imponen  su tiranía a sangre y fuego si es necesario. Son muy «demócratas» siempre y cuando sea «su democracia», pero cuando no mandan ellos, sale la bestia tiránica que llevan dentro. Son autoritarios y profundamente infantiles, lo cual es un cóctel explosivo. Y aman al dinero y a sí mismos por encima de todo y de todos.

    Para llegar a esta conclusión me he basado en mi pasión por la historia, especialmente la contemporánea. Estoy leyendo ahora un libro “Un estado contra su pueblo – Represiones en la Unión Soviética” de Nicholas Werth, que me ha puesto los pelos de punta. Pero no porque no conociera anteriormente los hechos que describe, o porque se recree en describir las salvajadas inhumanas realizadas por los “buenos”, sino porque como controlador aéreo me he visto reflejado. He visto el mismo modus opernadi (salvando las distancias cosméticas del momento histórico y de las formas “democráticas”) de la Unión Soviética y su manera de aplastar a los “enemigos de clase”.

    Otra de las cosas que he defendido desde el principio del “conflicto” de los controladores aéreos, es que en nuestro caso se mezclan tres componentes absolutamente explosivos:

    – Primero: la privatización. Este es el más importante de los tres. Los suciatas y sus sucesores liberales (las dos izquierdas) trabajan para los poderes económicos que están detrás de quedarse con el botín de un país que ellos mismos han llevado a la ruina para luego entregar los despojos a sus amos a cambio del dinero y los privilegios correspondientes.

    – Segundo: el resentimiento. Durante años los controladores hemos vivido bien y en algunos casos –sólo en muy pocos casos- ha habido ciertas dosis de prepotencia. Eso en un país como España genera unas dosis de resentimiento, envidia y odio contra todos nosotros (sin discernir) casi inimaginables. Cuando las circunstancias –el pistoletazo de salida a la privatización- han sido propicias, ha salido a la luz todo ese odio feroz acumulado durante años.

    – Tercero y último (que es lo relacionado con este artículo): un odio ideológico o de clase. Lo que han vendido al populacho es que los controladores aéreos somos un “enemigo de clase”, que no somos trabajadores, que somos unos demonios burgueses prepotentes y arrogantes a los que hay que destruir. Pura propaganda.

    Lo que viene a continuación es un extracto del libro mencionado del que, por cierto, me encanta el título por lo certero: “Un estado contra su pueblo”. Lo traslado aquí porque tiene unas similitudes impactantes con lo que nos ha pasado a nosotros (no hay nada nuevo en el horizonte). Las similitudes a las que me refiero concretamente son:

    – dar un escarmiento para dejar meridianamente claro quién manda (el golpe de estado del 3 y 4D de 2010),

    – quitar el beneficio a los trabajadores para quedárselo ellos (Aena lleva tres años robándonos dinero y lo que nos queda),

    – tomar rehenes de manera planificada y sistematizada (mediante el golpe de estado del 3 y 4D de 2010),

    – utilización de una justicia política (su justicia),

    – promulgar leyes ad hoc para “legalizar” su rapiña y represión (nos han sacado tantos Reales decretos y leyes que ya he perdido la cuenta),

    – utilizar el terror como herramienta (juzgados, insultos, despidos, traslados, amenazas de multas y despidos, etc.),

    – utilizar la economía como arma (miedo a perder el medio de vida),

    – ejecutar cierres patronales para despedir a los opositores (el golpe de estado del 3 y 4D de 2010),

    – utilizar masivamente propaganda (enemigos del pueblo, etc.), para atizar los más bajos instintos del populacho,

    – poner en situación semi-legal determinadas actividades (por ejemplo el derecho a la huelga pero con unos servicios mínimos del 100% siempre),

    – aprovechar la situación (crisis económica) para culpar de todos los males a los opositores,

    – despedir masivamente a huelguistas (ya veremos cómo acaba nuestro cierre patronal/golpe de estado disfrazado de huelga),

    – infiltrar entre los obreros una red de informadores (en nuestro caso esto ha salido publicado en primera plana de la prensa, no es paranoia),

    – reconocimiento de la culpa de los opositores (sin duda esa baza la tienen en mente por el cierre patronal de diciembre de 2010),

    – militarizar el trabajo (tras el cierre patronal de diciembre de 2010 los controladores fuimos militarizados),

    – reducir los sindicatos a meros colaboracionistas para poner en práctica las políticas productivistas (sin comentarios),

    – reprimir salvajemente las ausencias al trabajo independientemente de las causas (nosotros tenemos 225.000 euros de multa y la pérdida definitiva de la licencia por faltar un solo día al trabajo),

    – decretar la ley marcial (estado de alarma en nuestro caso),

    – humillar públicamente al enemigo (insultos y propaganda falsa para humillar y deshumanizar a los controladores)

    Lo que viene a continuación es una lección de la historia, son los mismos perros con distinto rabo.

    Extracto de: “Un estado contra su pueblo – Represiones en la Unión Soviética” de Nicholas Werth.

    Al día siguiente, 10 de agosto, Lenin envió otro telegrama del mismo tenor al Comité Ejecutivo del soviet de Penza: “¡Camaradas! La subversión kulak en vuestros cinco distritos debe ser aplastada sin piedad. Los intereses de la revolución lo exigen porque en todas partes se ha entablado la «lucha final» contra los kulaks. Es preciso dar un escarmiento. 1)- Colgar (y digo colgar de manera que la gente lo vea) al menos a cien kulaks ricos y chupasangres conocidos. 2)- Publicar sus nombres. 3)- Apoderarse de su grano. 4)- Identificar a los rehenes como hemos indicado en nuestro programa de ayer. Haced esto de manera que en centenares de leguas a la redonda la gente vea, tiemble, sepa y se digan: matan y continuarán matando a los kulaks sedientos de sangre. Telegrafiad que habéis recibido y ejecutado estas instrucciones. Vuestro. Lenin. PS: Encontrad gente más dura.”

    Rehenes y primeros campos de concentración

    Durante todo el mes de agosto de 1918 – es decir: antes del desencadenamiento “oficial” del terror rojo el 3 de septiembre – los dirigentes bolcheviques, con Lenin y Dzerzhinsky a la cabeza, enviaron un gran número de telegramas a los responsables locales de la Cheka o del partido, exigiéndoles que tomaran “medidas profilácticas” para evitar cualquier intento de insurrección. Entre estas medidas, explicaba Dzerzhinsky, “las más eficaces son la captura de rehenes entre la burguesía partiendo de listas que habéis establecido para las contribuciones excepcionales descargadas sobre los burgueses (…) el arresto y la reclusión de todos los rehenes y sospechosos en campos de concentración” [48]

    El 8 de agosto de 1918 Lenin pidió a Tsuriupa, Comisario del pueblo para el Suministro, que redactara un decreto en virtud del cual “en cada distrito productor de cereales, 25 rehenes designados entre los habitantes más acomodados responderán con sus vidas por el no cumplimiento del plan de requisa”. Dado que Tsuriupa se había hecho el sordo, pretextando que era difícil organizar esa captura de rehenes, Lenin le envió una segunda nota todavía más explícita: “No sugiero que se capturen rehenes, sino que sean designados nominalmente en cada distrito. El objeto de esta designación es que los ricos, sujetos a contribución, sean igualmente responsables con su vida de la realización inmediata del plan de requisas en su distrito”. [49]

    Además del sistema de rehenes, los dirigentes bolcheviques experimentaron en agosto de 1918 con otro instrumento de represión aparecido en la Rusia de guerra: el campo de concentración. El 9 de agosto de 1918 Lenin telegrafió al Comité Ejecutivo de la provincia de Penza para recluir “a los kulaks, a los sacerdotes, a los guardias blancos y a otros elementos dudosos en un campo de concentración.” [50]

    Algunos días antes, Dzerzhinsky y Trotsky habían igualmente ordenado la reclusión de los rehenes en “campos de concentración”. Estos “campos de concentración” eran campos de internamiento donde debían ser recluidos, en virtud de una simple medida administrativa y sin el menor juicio, los “elementos dudosos”. En Rusia existían abundantes campos donde habían sido internados numerosos prisioneros de guerra, al igual de lo que sucedía en otros países beligerantes.

    Entre los “elementos dudosos” que había que detener de manera preventiva figuraban, en primer lugar, los responsables políticos de oposición que todavía se encontraban en libertad. El 15 de agosto de 1918, Lenin y Dzerzhinsky firmaron la orden de arresto de los principales dirigentes del partido menchevique – Martov, Dan, Potressov, Goldman – cuya prensa ya había sido reducida a silencio y cuyos representantes habían sido expulsados de los soviets. [51]

    Para los dirigentes bolchevique, las fronteras entre las distintas categorías de opositores estaban completamente borradas, en una guerra civil que – según explicaban ellos – tenía sus propias leyes.

    “La guerra civil no obedece leyes escritas” – escribía en Izvestia el 23 de agosto de 1918 Latsis, uno de los principales colaboradores de Dzerzhinsky – “La guerra capitalista tiene sus leyes escritas (…) pero la guerra civil tiene sus propias leyes (…) No solo hay que destruir las fuerzas activas del enemigo sino demostrar que cualquiera que desenfunde la espada contra el orden de clase existente perecerá por la espada. Tales son las reglas que la burguesía ha observado siempre en las guerras civiles que ha desencadenado contra el proletariado (…) Todavía no hemos asimilado de manera suficiente estas reglas. Se mata a los nuestros por centenares y por miles. Ejecutamos a los suyos uno por uno, después de largas deliberaciones ante comisiones y tribunales. En la guerra civil no hay tribunales para el enemigo. Es una lucha a muerte. Si no matas, te matarán. ¡Por lo tanto mata, si no quieres que te maten!” [52]

    El terror como herramienta y sistema

    El terror rojo fue el resultado natural de un odio casi abstracto que alimentaba la mayoría de los dirigentes bolcheviques hacia los “opresores” que estaban dispuestos a liquidar, pero no de manera individual, sino como “clase”. En sus recuerdos, el dirigente menchevique Rafael Abramovich recuerda una conversación muy reveladora que tuvo en agosto de 1917 con Félix Dzerzhinsky, el futuro jefe de la Cheka:

    — Abramovich, ¿te acuerdas del discurso de LaSalle sobre la esencia de una constitución?

    — Por supuesto.

    — Decía que toda constitución está determinada por la relación de las fuerzas sociales en un país y en un momento dado. Me pregunto cómo podía cambiar esa correlación entre lo político y lo social.

    — Pues bien, mediante los diversos procesos de evolución económica y política, mediante la emergencia de nuevas formas económicas, el ascenso de ciertas clases sociales, etc. todas esas cosas que tú conoces perfectamente, Félix.

    — Sí, pero ¿no se podría cambiar radicalmente esa correlación? ¿Por ejemplo, mediante la sumisión o el exterminio de algunas clases de la sociedad? [56]

    Una crueldad de este tipo, fría, calculada, cínica, fruto de una lógica implacable de “guerra de clases”, llevada hasta su extremo, era compartida por numerosos bolcheviques. Grigori Zinoviev declaró: “Para deshacernos de nuestros enemigos debemos tener nuestro propio terror socialista. Debemos atraer a nuestro lado, digamos, a 90 de los 100 millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los otros, no tenemos nada que decirles. Deben ser aniquilados”. [57]

    El 5 de septiembre, el gobierno soviético legalizó el terror en virtud del famoso decreto “Sobre el terror rojo”: “En la situación actual resulta absolutamente vital reforzar a la Cheka (…), proteger a la república soviética contra sus enemigos de clase aislando a éstos en campos de concentración, fusilar en el mismo lugar a todo individuo relacionado con organizaciones de guardias blancos, conjuras, insurrecciones o tumultos; publicar los nombres de los individuos fusilados dando las razones por las que han sido pasados por las armas”. [58] Como reconoció después Dzerzhinsky, “los textos de los días 3 y 5 de septiembre de 1918 nos atribuían finalmente de manera legal aquello contra lo que incluso algunos camaradas del partido habían protestado hasta entonces, el derecho de acabar sobre el terreno, sin tener que informar a nadie, con la canalla contrarrevolucionaria”.

    (…)

    Siempre según Izvestia, “solamente” 29 rehenes fueron pasados por las armas en Moscú los días 3 y 4 de septiembre. Entre ellos figuraban dos antiguos ministros de Nicolás II: N. Jvostov (Interior) y I. Shcheglovitov (Justicia). No obstante, numerosos testimonios concordantes hacen referencia a centenares de ejecuciones de rehenes en las prisiones moscovitas durante las “matanzas de septiembre”.

    En esos tiempos del terror rojo, Dzerzhinsky hizo publicar un periódico Ezhenedelnik VChK (El Semanario de la Cheka), abiertamente encargado de propagar los méritos de la policía política y de estimular el “justo deseo de venganza de las masas”. Durante seis semanas y hasta su supresión por orden del Comité Central – en un momento en que la Cheka era puesta en tela de juicio por bastantes responsables bolcheviques – este semanario relató sin tapujos ni pudor las detenciones de rehenes, los internamientos en campos de concentración, las ejecuciones, etc. Constituye una fuente oficial, y a la mínima, del terror rojo durante los meses de septiembre y octubre de 1918.

    En él se lee que, en la cheka de Nizhni-Novgorod, particularmente dispuesta a reaccionar bajo las órdenes de Nicolai Bulganin – futuro Jefe de Estado soviético de 1954 a 1957 – se ejecutó desde el 31 de agosto a 141 rehenes. En tres días se detuvo a 700 rehenes en esta ciudad media de Rusia. En Viatka, la cheka regional de los Urales evacuada de Ekaterimburgo informaba de la ejecución de 23 “antiguos policías”, de 154 “contrarrevolucionarios, de 8 “monárquicos”, de 28 “miembros del partido constitucional demócrata”, de 186 “oficiales”, de 10 “mencheviques y eseristas de derecha”, en el espacio de una semana. La cheka de Ivano-Voznessensk anunciaba la captura de 181 rehenes, la ejecución de 25 “contrarrevolucionarios” y la creación de “un campo de concentración con capacidad para 1.000 personas”. Por lo que se refiere a la cheka de la pequeña ciudad de Sebezsk, “16 kulaks (fueron) pasados por las armas y un sacerdote que había celebrado una misa por el sanguinario Nicolás II”. En relación con la cheka de Tevr, se informaba de 130 rehenes y 39 ejecuciones. Por lo que se refiere a la cheka de Perm, habían tenido lugar 50 ejecuciones. Se podría prolongar este catálogo macabro extraído de algunos de los seis números aparecidos en el “Semanario de la Cheka”. [62]

    Otros diarios provinciales señalaron igualmente, durante el otoño de 1918, millares de arrestos y de ejecuciones. Así, para no indicar más que dos ejemplos: el único número aparecido de Izvestia Tsaritsynkoi Gobcheka (Noticias de la cheka provincial de Tsarytsin) hacía referencia a la ejecución de 103 personas durante la semana del 3 al 10 de septiembre de 1918. Del 1 al 3 de noviembre de 1918, 361 comparecieron ante el tribunal local de la Cheka: 50 fueron condenadas a muerte, las otras a “reclusión en campos de concentración, como medida profiláctica, y en calidad de rehenes hasta la liquidación completa de todas las insurrecciones contrarrevolucionarias”. El único número de Izvestia Penzevskoi Gubcheka (Noticias de la cheka provincial de Penza) informaba sin ningún otro comentario: “Por el asesinato del camarada Egorov, obrero de Petrogrado de misión en un destacamento de requisa, 152 guardias blancos han sido ejecutados por la cheka. En el futuro se adoptarán otras medidas aun más rigurosas (sic) contra todos aquellos que levanten el brazo contra el brazo armado del proletariado”. [63]

    Los informes confidenciales (svodki) de las chekas locales enviados a Moscú, accesibles desde hace poco, confirman por regla general la brutalidad con que fueron reprimidos durante el verano de 1918 los menores incidentes entre las comunidades campesinas y las autoridades locales; incidentes que tenían por regla general su origen en el rechazo de las requisas o del reclutamiento y que fueron sistemáticamente catalogados como “disturbios kulaks contrarrevolucionarios” y reprimidos sin piedad.

    Los inicios del GULAG

    Uno de los primeros decretos del nuevo comisario del pueblo para el Interior se ocupó de las modalidades de organización de los campos de concentración que existían desde el verano de 1918 sin la menor base legal o reglamentaria. El decreto del 15 de abril de 1919 distinguía dos tipos de campos de reclusión: los “campos de trabajo forzado” donde estaban, en principio, confinados aquellos que habían sido condenados por un tribunal, y los “campos de concentración”, que agrupaban a las personas encarceladas, por regla general en calidad de “rehenes”, en virtud de una simple medida administrativa. En realidad, las diferencias entre estos dos tipos de campos de reclusión siguieron siendo fundamentalmente teóricas, como deja de manifiesto la instrucción complementaria del 17 de mayo de 1919 que, además de la creación de “al menos un campo de reclusión en cada provincia, de una capacidad mínima para 300 personas”, preveía una lista tipo de 16 categorías de personas a las que había que internar. Entre éstas figuraban contingentes tan diversos como “rehenes procedentes de la alta burguesía”, funcionarios del antiguo régimen hasta el grado de asesor de colegio y los fiscales y sus adjuntos, alcaldes “de las ciudades que tuvieran rango de cabeza de partido”, “personas condenadas bajo el régimen soviético a todo tipo de penas por delitos de parasitismo, proxenetismo, prostitución”, “desertores ordinarios (no reincidentes) y soldados prisioneros de la guerra civil”, etc. [71]

    El número de personas internadas en los campos de trabajo o de concentración experimentó un aumento constante durante los años 1919-1921, pasando de aproximadamente 16.000 en mayo de 1919 a más de 60.000 en septiembre de 1921. [72] Estas cifras no tienen en cuenta numerosos campos de reclusión abiertos en las regiones que se habían sublevado contra el poder soviético. Así, solamente en la provincia de Tambov, se contaba en el verano de 1921 con al menos 50.000 “bandidos” y “miembros de las familias de los bandidos capturados como rehenes” en los siete campos de concentración abiertos por las autoridades encargadas de la represión de la sublevación campesina. [73]

    Los objetivos del terror y la represión

    En el curso de estos dos años (1919-1920), 1.875 militantes habrían sido encarcelados en calidad de rehenes, conforme a las directivas de Dzerzhinsky, que había declarado el 18 de marzo de 1919: “De ahora en adelante, la Cheka no distinguirá entre los guardias blancos del tipo Krasnov y los guardias blancos del campo socialista (…) Los eseristas y los mencheviques detenidos serán considerados como rehenes y su suerte dependerá del comportamiento político de su partido”. [74]

    (…)

    Después de que el dirigente socialista-revolucionario Víctor Chernov, presidente por un día de la Asamblea Constituyente disuelta, activamente buscado por la policía política, hubo ridiculizado a la Cheka y al gobierno tomando la palabra, bajo una falsa identidad y enmascarado, en un mitin organizado por el sindicato de tipógrafos en honor de una delegación obrera inglesa el 23 de mayo de 1920, la represión contra los militantes socialistas adquirió una nueva virulencia. Toda la familia de Chernov fue reducida a la condición de rehén y los dirigentes socialistas-revolucionarios que todavía estaban en libertad fueron arrojados a la prisión. [77]

    Durante el verano de 1920, más de 2.000 militantes socialistas-revolucionarios y mencheviques, debidamente fichados, fueron detenidos y encarcelados como rehenes. Un documento interno de la Cheka, de fecha 1° de julio de 1920, explicaba así con un raro cinismo las grandes líneas de acción que había que llevar a cabo contra los opositores socialistas: “En lugar de prohibir estos partidos, lo que los llevaría a una clandestinidad que podría ser difícil de controlar, es mucho más preferible dejarles en una situación semi-legal. Así resulta más fácil tenerlos a mano y extraer de ellos, cuando sea necesario, promotores de disturbios, renegados y otros proveedores de informaciones útiles (…) Frente a estos partidos antisoviéticos, es indispensable aprovecharse de la situación de guerra actual para imputar a sus miembros crímenes tales como “actividad contrarrevolucionaria”, “alta traición”, “desorganización de la retaguardia”, “espionaje en beneficio de una potencia extranjera intervencionista”, etc.” [78]

    De todos los episodios de represión, uno de los más cuidadosamente ocultados por el nuevo régimen fue la violencia ejercida contra el mundo obrero, en nombre del cual los bolcheviques habían tomado el poder. Comenzada en 1918, esta represión se desarrolló en 1919-1920 para culminar en la primavera de 1921 con el episodio, bien conocido, de Kronstadt. El mundo obrero de Petrogrado había manifestado desde principios de 1918 su desafío frente a los bolcheviques. Después del fracaso de la huelga general del 2 de julio de 1918, el segundo período álgido de problemas obreros en la antigua capital estalló en marzo de 1919, después de que los bolcheviques detuvieran a numerosos dirigentes socialistas-revolucionarios, entre los cuales se encontraba María Spiridonova quien acababa de efectuar un recorrido memorable por las principales fábricas de Petrogrado en todas las cuales había sido aclamada.

    Estos arrestos desencadenaron – en una coyuntura ya muy tensa a causa de las dificultades del aprovisionamiento – un vasto movimiento de protestas y huelgas. El 10 de marzo de 1919, la asamblea general de obreros de las fábricas Putilov, en presencia de 10.000 participantes, adoptó una proclama que condenaba solemnemente a los bolcheviques: “Este gobierno es solo una dictadura del Comité Central del Partido Comunista que gobierna con la Cheka y los tribunales revolucionarios”. [79]

    Represión a los obreros

    La proclama exigía el paso de todo el poder a los soviets, la libertad de elecciones en los soviets y en los comités de fábrica, la suspensión de las limitaciones sobre las cantidades de alimentos que los obreros estaban autorizados a traer desde el campo hasta Petrogrado (1.5 puds, es decir: 24 kilos), y una liberación de todos los prisioneros políticos de los “auténticos partidos revolucionarios” y muy especialmente de María Spiridonova.

    Para intentar frenar un movimiento que cada día adquiría una mayor amplitud, Lenin en persona se dirigió, los días 12 y 13 de marzo de 1919, a Petrogrado. Pero cuando quiso tomar la palabra en las fábricas en huelga ocupadas por los obreros, fue abucheado juntamente con Zinoviev a los gritos de “¡Abajo los judíos y los comisarios!”. [80] El viejo trasfondo del antisemitismo popular, siempre dispuesto a salir a la superficie, identificó inmediatamente a judíos y bolcheviques en cuanto éstos perdieron el crédito del que habían disfrutado de manera momentánea, inmediatamente después de la revolución de octubre de 1917. El hecho que una proporción importante de los dirigentes bolcheviques más conocidos – Trotsky, Zinoviev, Kamenev, Rykov, Radek, etc. – eran judíos justificaba, a los ojos de las masas, esta identificación de bolcheviques con judíos.

    El 16 de marzo de 1919, los destacamentos de la Cheka tomaron por asalto la fábrica Putilov, defendida con las armas en la mano. Alrededor de 900 obreros fueron detenidos. En el curso de los días siguientes, cerca de 200 huelguistas fueron ejecutados sin juicio en la fortaleza de Schüsselbourg, distante unos 50 km de Petrogrado. Según un nuevo ritual, los huelguistas, todos despedidos, sólo fueron readmitidos después de haber firmado una declaración en la cual reconocían haber sido engañados e “inducidos al crimen” por agitadores contrarrevolucionarios. [81] Además, los obreros iban a verse sometidos a una profunda vigilancia. A partir de la primavera de 1919, el departamento secreto de la Cheka puso en funcionamiento en muchos centros obreros toda una red de informadores encargados de informarles regularmente sobre el “estado de la moral” en tal o cual fábrica. Clases laboriosas, clases peligrosas. . .

    La primavera de 1919 estuvo marcada por huelgas muy numerosas salvajemente reprimidas en varios centros obreros de Rusia, en Tula, Sormovo, Orel, Briansk, Tver, Ivanovo-Vozsnessenk, Astracán. [82] Las reivindicaciones obreras eran casi idénticas en todas partes. Reducidos al hambre por salarios de miseria que cubrían solamente el precio de una cartilla de racionamiento que aseguraba media libra de pan por día, los huelguistas reclamaban en primer lugar la equiparación de sus raciones con las de los soldados del Ejército Rojo. Pero sus demandas eran también y ante todo políticas: supresión de los privilegios para los comunistas, liberación de todos los presos políticos, elecciones libres al comité de fábrica y al soviet, interrupción del reclutamiento en el Ejército Rojo, libertad de asociación, de expresión, de prensa, etc.

    Lo que convertía a estos movimientos en peligrosos a los ojos del poder bolchevique era que atraían a menudo a las unidades militares acuarteladas en las ciudades obreras. En Orel, Briansk, Gomel, Astracán, los soldados amotinados se unieron a los huelguistas a los gritos de “muerte a los judíos, abajo los comisarios bolcheviques”. Ocuparon y saquearon una parte de la ciudad que no fue reconquistada por los destacamentos de la Cheka y las topas que permanecieron fieles al régimen más que después de varios días de combate. [83]

    Frente a estas huelgas y estos motines, la represión fue diversa. Desde el lock-out masivo del conjunto de las fábricas, con confiscación de las cartillas de racionamiento – una de las armas más eficaces del poder bolchevique fue el arma del hambre – hasta la ejecución masiva, por centenares, de huelguistas y de amotinados.

    Las matanzas de Tula y Astracán

    Entre los episodios represivos más significativos figuran, en marzo-abril de 1919, los de Tula y Astracán. Dzerzhinsky se dirigió en persona a Tula, capital histórica de la fabricación de armas en Rusia, el 3 de abril de 1919, para liquidar la huelga de los obreros de las fábricas de armamentos. Durante el invierno de 1918-1919 estas fábricas, vitales para el Ejército Rojo – se fabricaba en ellas entre el 80 y el 90% de los fusiles producidos en Rusia – ya habían sido teatro de paros y de huelgas. Los mencheviques y los socialistas-revolucionarios eran ampliamente mayoritarios entre los militantes políticos con peso en este medio obrero altamente calificado. El arresto, a principios de marzo de 1919, de centenares de militantes socialistas suscitó una oleada de protestas que culminó el 27 de marzo durante una inmensa “marcha por la libertad y contra el hambre” que reunió a millares de obreros y de ferroviarios. El 4 de abril, Dzerzhinsky hizo detener todavía a 800 “agitadores” y evacuar por la fuerza las fábricas ocupadas desde hacía varias semanas por los huelguistas. Todos los obreros fueron despedidos. La resistencia obrera fue quebrantada mediante el arma del hambre. Desde hacía varias semanas no se habían atendido las cartillas de racionamiento. Para obtener nuevas cartillas, que dieran derecho a 250 gramos de pan y a recuperar el trabajo después del lock-out general, los obreros tuvieron que firmar una petición de readmisión que estipulaba fundamentalmente que cualquier detención del trabajo sería asimilada a una deserción castigada con la pena de muerte. El 10 de abril la producción se reinició. El día anterior, 26 “agitadores” habían sido pasados por las armas. [84]

    La ciudad de Astracán, cerca de la desembocadura del Volga, tenía en la primavera de 1919 una importancia estratégica muy especial. Constituía el último cerrojo bolchevique que impedía la unión de las tropas del almirante Kolchak, en el noreste, y las del general Denikin, en el suroeste. Sin duda, esta circunstancia explica la extraordinaria violencia con la que fue reprimida en marzo de 1919 la huelga obrera de esta ciudad.

    Comenzada a inicios de marzo por razones a la vez económicas – normas de racionamiento muy bajas – y políticas – el arresto de los militantes socialistas – la huelga degeneró el 10 de marzo cuando el regimiento número 45 de infantería se negó a disparar sobre los obreros que desfilaban por el centro de la ciudad. Tras unirse a los huelguistas, los soldados se pusieron a saquear la sede del partido bolchevique, matando a varios responsables. Sergei Kirov, presidente del comité militar revolucionario de la región, ordenó entonces “el exterminio sin piedad de los sucios guardias blancos por todos los medios”. Las tropas que permanecieron fieles al régimen y los destacamentos de la Cheka bloquearon todos los accesos de la ciudad antes de emprender metódicamente la reconquista. Cuando las prisiones estuvieron llenas hasta reventar, amotinados y huelguistas fueron embarcados en gabarras desde donde fueron precipitados por centenares en el Volga con una piedra al cuello.

    Del 12 al 14 de marzo, se fusilaron y se ahogaron entre 2.000 y 4.000 obreros huelguistas y amotinados. A partir del 15, la represión golpeó a los “burgueses” de la ciudad, bajo el pretexto de que habían “inspirado” la conspiración de la “guardia blanca” de la cual los obreros y soldados no habrían sido más que la infantería. Durante dos días, las ricas moradas de los comerciantes de Astracán fueron entregadas al pillaje y sus propietarios detenidos y fusilados. Los cálculos, inseguros, del número de víctimas “burguesas” de las matanzas de Astracán oscilan entre 600 y 1.000 personas. En total, en una semana, entre 3.000 y 5.000 personas fueron ejecutadas o ahogadas. En cuanto al número de comunistas muertos e inhumados con gran pompa el 18 de marzo – día del aniversario de la Comuna de París como subrayaron las autoridades – se elevó a 47.

    Durante mucho tiempo recordado como un simple episodio de la guerra entre rojos y blancos, la matanza de Astracán se revela hoy en día, a la luz de los documentos disponibles procedentes de los archivos, según su verdadera naturaleza: la mayor matanza de obreros realizada por el poder bolchevique antes de la de Kronstadt. [85]

    La militarización del trabajo

    A finales de 1919 y a principios de 1920, las relaciones entre el poder bolchevique y el mundo obrero se degradaron aún más después de la militarización de más de 2.000 empresas. El principal partidario de la militarización del trabajo, Leon Trotsky, desarrolló durante el IX Congreso del partido, en marzo de 1920, sus concepciones sobre la cuestión.

    El hombre está inclinado de manera natural hacia la pereza, explicó Trotsky. Bajo el capitalismo los obreros deben buscar trabajo para sobrevivir. Es el mercado capitalista el que aguijonea al trabajador. Bajo el socialismo “la utilización de los recursos del trabajo reemplaza al mercado”. El Estado tiene, por lo tanto, la tarea de orientar, de destinar y de encuadrar al trabajador, que debe obedecer como un soldado al Estado obrero, defensor de los intereses del proletariado. Tales fueron el fundamento y el sentido de la militarización del trabajo, vivamente criticada por una minoría de sindicalistas y de dirigentes bolcheviques. Significó, en efecto, la prohibición de las huelgas, asimiladas a una deserción en tiempo de guerra, el refuerzo de la disciplina de los poderes de dirección, la subordinación completa de los sindicatos y de los comités de fábrica cuyo papel se limitó, además, a poner en funcionamiento la política productivista, la prohibición para los obreros de abandonar su puesto de trabajo, la sanción del ausentismo y de los retrasos, muy numerosos en aquella época en que los obreros estaban buscando alimentos, siempre de manera problemática.

    Al descontento suscitado en el mundo del trabajo por la militarización se añadían las dificultades crecientes de la vida cotidiana. Como lo reconocía un informe de la Cheka enviado el 6 de diciembre de 1919 al gobierno: “(en) estos últimos tiempos, la crisis de suministros no ha dejado de agravarse. El hambre amenaza a las masas obreras. Los obreros ya no tienen la fuerza física suficiente para continuar el trabajo y se ausentan cada vez con mayor frecuencia bajo los efectos conjugados del frío y del hambre. En toda una serie de empresas metalúrgicas de Moscú, las masas desesperadas están dispuestas a todo – huelga, disturbio, insurrección – si no se resuelve en plazos muy breves la cuestión de los suministros”. [86]

    La comida como arma

    A inicios de 1920, el salario obrero en Petrogrado estaba situado entre los 7.000 y los 12.000 rublos al mes. Además de este salario de base insignificante (en el mercado libre 450 gramos de manteca costaban 5.000 rublos; 450 gramos de carne 3.000 y un litro de leche 750 rublos), cada trabajador tenía derecho a cierto número de productos en función de la categoría en la que estaba clasificado. En Petrogrado, a finales de 1919, un trabajador manual tenía derecho a 250 gramos de pan por día, 450 gramos de azúcar al mes, 250 gramos de materias grasas, 1,8 Kg. de arenques salados. . .

    En teoría, los ciudadanos estaban clasificados en 5 categorías de “estómagos”; desde los trabajadores manuales y los soldados del Ejército Rojo hasta los “ociosos” – categoría en la que entraban los intelectuales, particularmente mal considerados – con “raciones de clase” decrecientes. En realidad, el sistema era bastante más injusto y complejo todavía. Servidos los más favorecidos, los demás no recibían a menudo nada en absoluto. En cuanto a los “trabajadores”, se dividían en realidad en una multitud de categorías, según una jerarquía de prioridades que privilegiaba a los sectores vitales para la supervivencia del régimen. En Petrogrado, durante el invierno de 1919-1920, se contaban 33 categorías de cartillas cuya validez nunca excedía de un mes. En el sistema de suministros centralizado que los bolcheviques habían puesto en funcionamiento, el arma alimenticia representaba un papel de primer orden para estimular o para castigar a tal o cual categoría de ciudadanos.

    “La ración de pan debe ser reducida para aquellos que no trabajan en el sector de los transportes, hoy en día decisivo, y aumentada para los que trabajan en el mismo” – escribía el 1° de febrero Lenin a Trotsky – “¡Que millares de personas perezcan si es necesario, pero el país debe salvarse!” [87]

    Frente a esta política, todos aquellos que habían conservado los vínculos con el campo, y eran numerosos, se esforzaban por volver al pueblo siempre que tenían oportunidad para intentar traer comida de él.

    La represión del “frente obrero”

    Destinadas a “establecer el orden” en las fábricas, las medidas de militarización del trabajo suscitaron, en contra del efecto buscado, paros muy numerosos, detenciones del trabajo, huelgas y motines reprimidos sin compasión. “El mejor lugar para un huelguista, ese mosquito amarillo y dañino” – se podía leer en el Pravda del 12 de febrero de 1920 – “es el campo de concentración”.

    Según las estadísticas oficiales del comisariado del pueblo para el Trabajo, el 77% de las grandes y medianas empresas industriales de Rusia fueron afectadas por huelgas durante el primer semestre de 1920. De manera significativa, los sectores más perturbados – la metalurgia, la minería y los ferrocarriles – eran también aquellos en los que la militarización del trabajo estaba más avanzada. Los informes secretos de la Cheka dirigidos a los dirigentes bolcheviques arrojan una cruda luz sobre la represión llevada a cabo contra los obreros refractarios a la militarización. Una vez detenidos, eran, por regla general, juzgados por un tribunal revolucionario, acusados de “sabotaje” o “deserción”. Así, en Simbirsk, por no hacer referencia más que a este ejemplo, 12 obreros de la fábrica de armamentos fueron condenados a una pena de campo de concentración en abril de 1920 por haber “realizado sabotaje bajo la forma de huelga italiana (…) desarrollado una propaganda contra el poder soviético apoyándose en las supersticiones religiosas y la débil politización de las masas (…) y dado una falsa interpretación de la política soviética en materia de salarios”. [88] Si se descifra esta jerga, se puede deducir de ella que los acusados habían realizado pausas no autorizadas por la dirección, protestado contra la obligación de trabajar el domingo, criticado los privilegios de los comunistas y denunciado los salarios de miseria. . .

    Los más altos dirigentes del partido, entre ellos Lenin, apelaban a una represión ejemplar de las huelgas. El 29 de enero de 1920, inquieto ante la extensión de los movimientos obreros de los Urales, Lenin telegrafió a Smirnov, jefe del consejo militar revolucionario del V Ejército: “P. me ha informado que existe un sabotaje manifiesto por parte de los ferroviarios (…) Se me dice que los obreros de Izhvesk están también en el golpe. Estoy sorprendido de que os acomodéis a ello y no procedáis a ejecuciones masivas por sabotaje”. [89]

    Hubo numerosas huelgas suscitadas en 1920 por la militarización del trabajo: en Ekaterinburgo, en marzo de 1920, 80 obreros fueron detenidos y condenados a penas de campos de concentración. En el ferrocarril de Riazan-Ural, en abril de 1920, 100 ferroviarios fueron condenados. En la fábrica metalúrgica de Briansk, en junio de 1920, 152 obreros fueron condenados. Se podrían multiplicar estos ejemplos de huelga severamente reprimidas en el marco de la militarización del trabajo. [90]

    Una de las huelgas más notables fue, en junio de 1920, la de las manufacturas de armas de Tula, lugar de especial importancia en la protesta obrera contra el régimen y bastante sufrido ya por los sucesos de abril de 1919. El domingo 6 de junio de 1920, un grupo relativamente numeroso de obreros se negó a realizar las horas suplementarias exigidas por la dirección. En cuanto a las obreras, se negaron a trabajar ese día y los domingos en general, explicando que el domingo era el único día en que podían ir a conseguir suministros a los campos circundantes. Ante la solicitud de la administración, un nutrido destacamento de chekistas vino a detener a los huelguistas. Se decretó la ley marcial y una troika [91] compuesta por representantes del partido y de la Cheka fue encargada de denunciar la “conspiración contrarrevolucionaria fomentada por los espías polacos y los Cien Negros [92] con la finalidad de debilitar el poder combativo del Ejército Rojo”.

    Mientras la huelga se extendía y los arrestos de los “agitadores” se multiplicaban, un hecho nuevo vino a turbar el desarrollo habitual que tomaba el asunto: por centenares, y después por millares, obreras y simples artesanas se presentaron en la Cheka solicitando ser detenidas también. El movimiento se amplió con obreros que también exigieron ser detenidos en masa a fin de convertir en absurda la tesis de la “conspiración polaca de los Cien Negros”. En cuatro días, más de 10.000 personas fueron encarceladas, o más bien confinadas en un vasto espacio al aire libre vigilado por chekistas.

    Desbordados por un momento, no sabiendo como presentar los acontecimientos a Moscú, las organizaciones locales del partido y de la Cheka llegaron finalmente a convencer a las autoridades centrales de la realidad de una vasta conspiración. Un “comité de liquidación de la conspiración de Tula” interrogó a millares de obreros y de obreras con la esperanza de encontrar a los culpables ideales. Para ser liberados, readmitidos y conseguir que se les entregara una nueva cartilla de racionamiento, todos los trabajadores detenidos tuvieron que firmar la siguiente declaración. “Yo, el que suscribe, perro hediondo y criminal, me arrepiento delante del tribunal revolucionario y del Ejército Rojo, confieso mis pecados y prometo trabajar conscientemente”. Al contrario de otros movimientos de protesta obrera, los problemas de Tula del verano de 1920 dieron lugar a condenas bastante ligeras: 28 personas fueron condenadas a penas de campos de concentración y 200 fueron exiladas. [93] En una coyuntura de falta de mano de obra altamente calificada, el poder bolchevique sin duda no podía prescindir de los mejores armeros del país. La represión, al igual que el suministro, debía tener en cuenta a los sectores decisivos y a los intereses superiores del régimen.

    Las matanzas de rehenes y detenidos

    Entre las operaciones represivas más difíciles de incluir en una lista y de evaluar figuran las matanzas de detenidos y de rehenes encarcelados por la sola pertenencia a una “clase enemiga” o “socialmente extraña”. Estas matanzas se inscribían en la continuidad y la lógica del terror rojo de la segunda mitad de 1918, pero a una escala todavía más importante. Esta oleada de matanzas “sobre una base de clase” estaba permanentemente justificada por el hecho de que un mundo nuevo estaba naciendo. Todo estaba permitido, como explicaba a sus lectores el editorial del primer número de Krasnyi Mech (La Espada Roja), periódico de la cheka de Kiev:

    “Rechazamos los viejos sistemas de moralidad y de »humanidad« inventados por la burguesía con la finalidad de oprimir y de explotar a las »clases inferiores«. Nuestra moralidad no tiene precedente, nuestra humanidad es absoluta porque descansa sobre un nuevo ideal: destruir cualquier forma de opresión y de violencia. Para nosotros todo está permitido porque somos los primeros en el mundo en levantar la espada no para oprimir y reducir a la esclavitud, sino para liberar a la humanidad de sus cadenas. . . ¿Sangre? ¡Que la sangre corra a ríos! Puesto que solo la sangre puede colorear para siempre la bandera negra de la burguesía pirata convirtiéndola en un estandarte rojo, bandera de la Revolución. ¡Puesto que solo la muerte final del viejo mundo puede liberarnos para siempre jamás del regreso de los chacales!” [117]

    Estas llamadas al asesinato atizaban el viejo fondo de violencia y deseo de venganza social presentes en muchos chekistas, reclutados a menudo – como lo reconocía un buen número de dirigentes bolcheviques – entre los “elementos criminales y socialmente degenerados de la sociedad”. En una carta dirigida el 22 de marzo de 1919 a Lenin, el dirigente bolchevique Gopnes describía así las actividades de la cheka de Yekaterinoslavl: “En esta organización gangrenada de criminalidad, de violencia y de arbitrariedad, dominada por canallas y criminales comunes, hombres armados hasta los dientes ejecutaban a todo el que no les gustaba, requisaban, saqueaban, violaban, metían en prisión, hacían circular billetes falsos, exigían sobornos, a continuación obligaban a cantar a aquellos a los que habían arrancado estos sobornos, y después los liberaban a cambio de sumas diez o veinte veces superiores”. [118]

    Los archivos del Comité Central, al igual que los de Félix Dzerzhinsky, contienen innumerables informes de responsables del partido o de inspectores de la policía política describiendo la “degeneración” de las checas locales “ebrias de violencia y de sangre”. La desaparición de toda norma jurídica o moral favorecía a menudo una total autonomía de los responsables locales de la Cheka, que no respondían ya de sus actos ante sus superiores y se transformaban en tiranos sangrientos, incontrolados e incontrolables. Tres extractos de informe, entre decenas de otros del mismo tipo, ilustran esta derivación de la Cheka hacia un contexto de arbitrariedad total, de ausencia absoluta de derecho.

    De Sysran, en la provincia de Tambov, el 22 de marzo de 1919, llega este informe de Smirnov, instructor de la Cheka, a Dzerzhinsky: “He verificado el asunto de la sublevación kulak en la volost Novo-Matrionskaya. La instrucción ha sido llevada a cabo de manera caótica. Setenta y cinco personas han sido interrogadas bajo tortura y los testimonios transcriptos de tal manera que es imposible entender nada (…) Se ha fusilado a 5 personas el 16 de febrero, a 13 el día siguiente. El proceso verbal de las condenas y de las ejecuciones es del 28 de febrero. Cuando se ha pedido al responsable de la cheka local que se explique, me ha respondido: »Nunca hay tiempo para escribir los procesos verbales. ¿De qué servirían de todas maneras ya que se extermina a los kulaks y a los burgueses como clase?« [119]

    De Yaroslavl, el 26 de septiembre de 1919, llega el informe del secretario de la organización regional del partido bolchevique: “Los chekistas saquean y detienen a cualquiera. Sabiendo que quedarán impunes, han transformado la sede de la cheka en un inmenso burdel adonde llevan a las «burguesas». La embriaguez es general. La cocaína es ampliamente utilizada por los jefecillos”. [120]

    De Astracán, el 16 de octubre de 1919, llega el informe de misión de N. Rosental, inspector de la dirección de departamentos especiales: “Atarbekov, jefe de los departamentos especiales del XI Ejército, ni siquiera reconoce el poder central. El 30 de julio último, cuando el camarada Zakovsky, enviado por Moscú para controlar el trabajo de los departamentos especiales, se dirigió a ver a Atarbekov, éste le dijo: »Dígale a Dzerzhinsky que no me dejaré controlar…« Ninguna norma administrativa es respetada por un personal compuesto mayoritariamente por elementos dudosos, incluso criminales. Los archivos del departamento operativo son casi inexistentes. En relación con las condenas a muerte y las ejecuciones de las sentencias, no he encontrado los protocolos individuales de juicio y de condena; solo listas, a menudo incompletas, con la única mención de «fusilado por orden del camarada Atarbekov».

    Por lo que se refiere a los sucesos del mes de marzo, es imposible hacerse una idea de quién ha sido fusilado y por qué (…) Las borracheras y la orgías son cotidianas. Casi todos los chekistas consumen abundantemente cocaína. Esto les permite, dicen ellos, soportar mejor la visión cotidiana de la sangre. Ebrios de violencia y de sangre, los chekistas cumplen con su deber, pero son indudablemente elementos incontrolados que es necesario vigilar estrechamente”. [121]

    Las relaciones internas de la Cheka y del partido bolchevique confirman hoy en día los numerosos testimonios recogidos desde los años 1919-1920 por los adversarios de los bolcheviques y fundamentalmente por la comisión especial de encuesta sobre los crímenes bolcheviques, puesta en funcionamiento por el general Denikin, y cuyos archivos, transferidos de Praga a Moscú en 1945, cerrados durante largo tiempo, ahora resultan accesibles.

    Desde 1926, el historiador socialista-revolucionario ruso Serguei Melgunov había intentado inventariar, en su obra El terror rojo en Rusia, las principales matanzas de detenidos, de rehenes y de simples civiles ejecutados en masa por los bolcheviques, casi siempre sobre una “base de clase”. Aunque incompleta, la lista de los principales episodios relacionados con este tipo de represión, tal y como resulta mencionada en esta obra precursora, está plenamente confirmada por un conjunto concordante de fuentes documentales muy diversas que emanan de los dos campos presentes. La incertidumbre sigue existiendo no obstante, dado el caos organizativo que reinaba en la Cheka en relación con el número de víctimas ejecutadas en el curso de los principales episodios represivos identificados hoy en día con precisión. Se puede, como mucho, correr el riesgo de avanzar cifras de su magnitud, contrastando diversas fuentes.

    El “exterminio de la burguesía como clase”.

    Las primeras matanzas de “sospechosos”, rehenes y otros “enemigos del pueblo” encerrados preventivamente, y por simple medida administrativa, en prisiones o en campos de concentración, habían comenzado en septiembre de 1918, durante el primer Terror Rojo. Tras quedar establecidas las categorías de “sospechosos”, “rehenes” y “enemigos del pueblo”, y al resultar rápidamente operativos los campos de concentración, la máquina represora estaba dispuesta para funcionar. El elemento desencadenante, en una guerra de frentes móviles en que cada mes aportaba su parte de cambio de la fortuna militar, era naturalmente la toma de una ciudad ocupada hasta entonces por el adversario o bien, por el contrario, su abandono precipitado.

    La imposición de la “dictadura del proletariado” en las ciudades conquistadas o recuperadas pasaba por las mismas etapas: disolución de todas las asambleas anteriormente elegidas; prohibición total del comercio, medida que implicaba inmediatamente el encarecimiento de todos los productos y después su desaparición; confiscación de las empresas, nacionalizadas o municipalizadas; imposición de una muy elevada contribución financiera sobre la burguesía – 600 millones de rublos en Jarkov en febrero de 1919, 500 millones en Odesa en abril de 1919. Para garantizar la buena ejecución de esta contribución, centenares de “burgueses” eran tomados de rehenes y encarcelados en campos de concentración. En la práctica, la contribución fue sinónimo de saqueos, de expropiación y de vejación, primera etapa de un aniquilamiento de la “burguesía como clase”.

    “Conforme a las resoluciones del soviet de los trabajadores, este 13 de mayo ha sido decretado el día de la expropiación de la burguesía”, se podía leer en el Izvestia del consejo de los diputados obreros de Odessa del 13 de mayo de 1919. “Las clases poseedoras deberán llenar un cuestionario detallado, inventariando los productos alimenticios, el calzado, la ropa, las joyas, las bicicletas, las colchas, las sábanas, los cubiertos de plata, la vajilla y otros objetos indispensables para el pueblo trabajador (…) Cada uno debe asistir a las comisiones de expropiación en esta tarea sagrada (…) Aquellos que no obedezcan las órdenes de las comisiones de expropiación serán inmediatamente detenidos. Los que se resistan serán fusilados sobre el terreno”.

    Como lo reconocía Latsis, el jefe de la cheka ucraniana, en una circular a las chekas locales, todas estas “expropiaciones” iban a parar al bolsillo de los chekistas y de otros jefecillos de innumerables destacamentos de requisas, de expropiación y de guardias rojos que pululaban en circunstancias parecidas.

    La segunda etapa de las expropiaciones fue la confiscación de los apartamentos burgueses. En esta “guerra de clases”, la humillación de los vencidos desempeñaba también un papel importante. “El pez gusta de ser sazonado con nata. La burguesía gusta de la autoridad que golpea y que mata”, se podía leer en el diario de Odessa ya citado, el 26 de abril de 1919. “Si ejecutamos algunas decenas de estos golfos y de estos idiotas, si los obligamos a barrer las calles, si obligamos a sus mujeres a fregar los cuarteles de los guardias rojos (y no sería un pequeño honor para ellas), comprenderán entonces que nuestro poder es sólido, y que no pueden esperar nada ni de los ingleses ni de los hotentotes”. [122]

    Tema recurrente de los numerosos artículos de los periódicos bolcheviques en Odessa, Kiev, Jarkov, Yekaterinoslavl, y también Perm, en los Urales, o Nizhni-Novgorod, la humillación de las “burguesas” obligadas a limpiar las letrinas y los cuarteles de los chekistas o de los guardias rojos parece haber sido una práctica corriente. Pero era también una versión edulcorada y “políticamente presentable” de una realidad mucho más brutal: la violación; fenómeno que según muy numerosos testimonios concordantes, adquirió proporciones gigantescas muy especialmente durante la segunda reconquista de Ucrania, de las regiones cosacas y de Crimea en 1920.

    Etapa lógica y última del “exterminio de la burguesía como clase”, las ejecuciones de detenidos, sospechosos y rehenes encarcelados por su sola pertenencia a las “clases poderosas” aparecen atestiguadas en numerosas ciudades tomadas por los bolcheviques. En Jarkov, entre 2.000 y 3.000 ejecuciones en febrero-junio de 1919; entre 1.000 y 2.000 durante la segunda toma de la ciudad, en diciembre de 1919. En Rostov sobre el Don, alrededor de 1.000 en enero de 1920; en Odessa, 2.200 entre mayo y agosto de 1919, después de 1.500 a 3.000 entre febrero de 1920 y febrero de 1921. En Yekaterinodar, al menos 3.000 entre agosto de 1920 y febrero de 1921. En Armavir, pequeña ciudad del Kuban, de 2.000 a 3.000 entre agosto y octubre de 1920. La lista se podría prolongar.

    En realidad, tuvieron lugar además muchas otras ejecuciones pero no fueron objeto de investigaciones llevadas a cabo muy poco tiempo después de las matanzas. Así, se conoció mucho mejor lo sucedido en Ucrania o en el sur de Rusia que en el Cáucaso, en Asia Central o en los Urales. En efecto, las ejecuciones se aceleraban al acercarse el adversario, en el momento en que los bolcheviques abandonaban sus posiciones y “descongestionaban” las prisiones. En Jarkov, en el curso de los dos días precedentes a la llegada de los blancos, los días 8 y 9 de junio de 1919, centenares de rehenes fueron ejecutados. En Kiev, más de 1.800 personas fueron asesinadas entre el 22 y el 28 de agosto de 1919, antes de la reconquista de los blancos de la ciudad el 30 de agosto. Lo mismo sucedió en Yekaterinodar, donde, ante el avance de las tropas de los cosacos, Atarvekov, el jefe local de la cheka, hizo ejecutar en tres días, del 17 al 19 de agosto de 1920, a 1.620 “burgueses” en esa pequeña ciudad provincial que contaba antes de la guerra con menos de 30.000 habitantes. [123]

    Los documentos de las comisiones de investigación de las unidades del ejército blanco, llegados al lugar algunos días, incluso algunas horas, después de las ejecuciones, contienen un océano de declaraciones, de testimonios, de informes de autopsias, de fotos de las matanzas y de la identidad de las víctimas. Si los ejecutados “de última hora”, eliminados con una bala en la nuca, no presentaban en general rastros de tortura, sucedía algo muy distinto con los cadáveres exhumados de los osarios más antiguos. El uso de las torturas más terribles está atestiguado por las autopsias, por elementos materiales y por testimonios. Descripciones detalladas de estas torturas figuran fundamentalmente en la recopilación de Serguei Melgunov, ya citada, y en la del Buró Central del partido socialista revolucionario, Cheka, editada en Berlín, en 1922. [124]

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    5 COMENTARIOS

    1. Hoy discrepo contigo en una cosa: vosotros, mejor que nadie, sabeis que el que una información aparezca en la primera página de un periodico, no la hace cierta en ningún caso. No les des a los periodistas lo que no se han ganado.

    2. Sonia llevas razón, pero he de matizar que no sólo me baso en que haya salido en primera plana de la prensa, sino que tengo otras informaciones al respecto que corroboran el hecho. Si sólo fuera lo de la prensa no me fiaría, pero sé de buena tinta que es cierto. Gracias por tu acertado comentario. Saludos

    3. Ya suponía que no era la credibilidad los medios de comunicación de este país los que te corroboraban la hipótesis, pero no puedo consentir ambigüidades en este sentido: me lo prohibe mi religión. Saludos.

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