Érase una vez dos países, uno grande podrido, corrupto y belicoso, y otro pequeño, pacífico y desprevenido.
El país grande era un impero podrido y depravado que lograba fuerza y poderío esclavizando a otros países más pequeños. Su ejército era enorme y despiadado, y utilizaba técnicas de guerra brutales matando a sus víctimas y saqueando sus posesiones.
El país pequeño en cambio estaba habitado por gente pacífica que vivía prósperamente de la agricultura y el comercio. Apenas tenía ejército porque nunca lo había necesitado. Tan sólo esas dos actividades en tiempos de paz eran suficientes.
Pero un mal día los jefes del país grande centraron su codicia en el país pequeño y especialmente en el trigo que producía. El clima del país grande no permitía cultivar trigo, por lo que éste era un bien muy preciado. Así que los jefes del país grande vieron que podían sacar una jugosa tajada del saqueo del país pequeño. Además los jefes del país grande odiaban desde siempre al país pequeño. El país grande era un lugar podrido, en el que sólo llegaban a ostentar cargos de poder unos corruptos enfermizos que no podían soportar que otra gente prosperara con unos trabajos honrados y limpios. El odio y el resentimiento florecían en el país grande y se preparó concienzudamente para hacer una guerra despiadada. Preparó a sus ejércitos en diversos frentes, hizo una gran campaña de propaganda culpando al país pequeño de todo tipo de cosas malas y puso a la comunidad internacional en contra del pacífico país pequeño. Además infiltró agentes suyos en puestos clave del país pequeño para debilitar aún más las defensas del ya casi inerme país pequeño. Todo estaba preparado para desencadenar la guerra.
Mientras tanto los habitantes del país pequeño seguían con sus actividades como si no pasara nada, a pesar de las claras señales que procedían del país grande. Ni siquiera comprendieron bien el alcance real de todos aquellos insultos e imputaciones del país grande, es como si fuera algo irreal y absurdo que no venía al caso. No estaban familiarizados con la guerra, ni siquiera contemplaban la posibilidad de que pudiera haberla. En realidad no vieron lo que se les venía encima, no escucharon las señales y no sintieron la necesidad de hacer nada, vivían en una cómoda ignorancia.
Pero la invasión llegó. Los soldados del país grande arrasaron pueblos y ciudades del país pequeño dejando un rastro de dolor y destrucción a su paso. Incrédulos y desprevenidos, los habitantes del país pequeño decidieron dar la batalla pero aquello era imposible:
– no tenían un ejército bien preparado y siempre planteó la escasa lucha en el campo de batalla predilecto y favorable para el enemigo,
– los gobernantes del país pequeño estaban infiltrados por agentes del país grande desde que éste había decidido apoderarse del país pequeño, y algunos de los que no eran agentes enemigos, eran inútiles vividores sin capacidad ni visión alguna,
– el propio pueblo no tenía mentalidad guerrera, pensó que quizás la sangre no llegara al río y prefirió delegar la responsabilidad en sus líderes inútiles, pasando por alto de nuevo todas las claras señales de lo que estaba ocurriendo. No escuchó a los que advertían de los peligros,
– el pueblo fue egoísta, cobarde y acomodaticio, y prefirió intentar conservar sus posesiones individuales, que entregarse a una durísima e incierta lucha sin cuartel contra el enemigo,
– no tuvo visión de futuro y eligió una cierta comodidad transitoria disfrazada de prudencia, pero que en realidad se trataba de cobardía.
Ahora el país pequeño está invadido y diezmado por el país grande. Las posesiones a las que tanto se agarraban sus habitantes las saqueó el enemigo corrupto, y el esfuerzo de su trabajo cada día se lo llevan en mayor cantidad los ejércitos del país grande. Las mazmorras están llenas de prisioneros a la espera de juicio, un juicio del que ya saben de antemano el veredicto: el cadalso; siempre ha sido así la “justicia” de los vencedores. Han tenido varios gobernadores del país grande y, a pesar de que los habitantes del país pequeño se aferran a la ilusoria esperanza de que el nuevo gobernador sea mejor que el saliente, lo cierto es que las cosas cada vez van a peor y no tienen perspectivas de mejorar. Sus gobernantes marionetas les repiten una y otra vez a lo largo del tiempo “ahora no es el momento” y los habitantes del país pequeño ni siquiera reaccionan porque después de tantos fracasos han dado todo por perdido, han sufrido la peor de las derrotas: la interior. Están tan desmoralizados y abrumados que el país se ha convertido en un ¡sálvese quien pueda!.
El que no quiera ver la realidad,está en su derecho.Magnífico amigo,magnífico.
Si, como dices, el pais pequeño no tenía ejercito para combatir al grande, lo que debe hacer es formar uno. Supongo que llevará tiempo pero sin él, el pais grande volverá a invadir al pequeño con el mismo resultado que la primera vez.. Se gana la guerra con estrategia y con ejercitos disciplinados, de ninguna otra forma