Érase una vez dos países, uno grande podrido, corrupto y belicoso, y otro pequeño, pacífico y desprevenido.
El país grande era un impero podrido y depravado que lograba fuerza y poderío esclavizando a otros países más pequeños. Su ejército era enorme y despiadado, y utilizaba técnicas de guerra brutales matando a sus víctimas y saqueando sus posesiones.
El país pequeño en cambio estaba habitado por gente pacífica que vivía prósperamente de la agricultura y el comercio. Apenas tenía ejército porque nunca lo había necesitado.